31 de julio de 2007

Enfermedad Súbita


ESTADO AGÓNICO


Ronda nuevamente la innombrable agonía
la misma que se hace úlcera en mi estómago.
Me insta a vomitar mi propio delirio,
y los silencios nauseabundos son expulsados
cual cascadas de ira y dolor.
En arrebatado estado me encuentro,
es el estado febril de mi alma.
Alucino con los recuerdos,
vienen hacia mí
como flechas envenenadas,
que no pueden ser esquivadas,
y se me inscrustan en el pecho.
Empieza a doler,
el dolor es más fuerte,
me estoy muriendo.

26 de julio de 2007

Lo que se queda...


Es difícil en ocasiones entender qué cosas dejan las personas a nuestro paso o, sencillamente qué se llevan... Ocurre a veces que son simplemente los años, el tiempo, la historia misma la que se encarga de develar los retazos, los pedazos de vida perdidos o atesorados.


RETAZOS





Dos o tres cosas tuyas enriquecieron mi paisaje,
se quedaron,
aunque desde antes estuviese decidido.
Alimentaron algunos días,
llenaron de luz pequeños rincones oscuros,
pero,
esa minúscula claridad no la pude soportar.

22 de julio de 2007

Al amanecer...


Cuando el sueño se espanta y las noches se hacen más largas...

A las diez de la noche caminando bajo la lluvia, con el rostro envuelto en llantos del cielo.

LA LLUVIA


La lluvia poco a poco
va borrando las huellas
que han dejado
las noches
envueltas
en canciones
de promesas
y de adioses.

Poco a poco
voy avanzando
dejando atrás
las utopías
que me regalaste
y olvidaste.

Poco a poco
trato
de hallar
un lugar
donde sea posible
conjugar
mi angustia
con mi soledad
sin abjurar
de la ansiedad.

Voy caminando
y mientras
avanzo
las llamadas
que salen de voces
desconocidas
se confunden
con el ruido
de mis pisadas
y el sonido de la lluvia.

Y sólo logro escuchar
un susurro
que me incita a buscar
una razón para no renegar
de lo desaprendido
de lo desvivido.

XVIII.

¿Dónde se habrá quedado mi confianza,
en qué lugar secreto y lejano
se encontrará?.

No bastaron las palabras,
porque éstas salieron
por las ventanas,
cuando nos miramos y callamos
y tan sólo el murmullo de la noche
reinaba en nuestro silencio.

El eco de tu voz
como un susurro
ahogado en la tristeza
clamaba por un poco de fe.

No te percataste
que aquel brillo
inocente en tus ojos
se había extinguido.

Y, tal vez para siempre.

15 de julio de 2007

La tristeza y el amor

LA CARTA

Como un pájaro libre,
de libre vuelo,
como un pájaro libre,
así te quiero.
Mercedes Sosa


La vida siempre será un misterio, se presenta a través de una sucesión de hechos y acontecimientos que no siempre se pueden hilar, y en la mayoría de las ocasiones dejan más interrogantes que certidumbres. Es probable, pensé, mientras tomaba el último sorbo de café, que vivir consista en la elaboración permanente de preguntas teniendo la plena certeza que algunas jamás tendrán respuesta, o por lo menos, respuesta inmediata.

Hoy se cumplían diez años desde la última vez que lo viera y me entregara su carta. Eduardo, si, así se llamaba, era un hombre mucho menor que yo, siete años menor para mayor exactitud, pero no fue jamás la edad un problema mayúsculo, simplemente fue una circunstancia. Lo conocí un día que salía de un café al caer la tarde y él salía de su entrenamiento de béisbol tal como lo delataba su atuendo, nos cruzamos en el camino y nuestras miradas se fueron reconociendo.

En ese primer encuentro con la mirada nos ofrecimos, sin percatarnos del peligro que entrañan las ofrendas. Me regocijé con su juventud, la que poco a poco iba perdiendo yo, y, por un segundo me sentí bendecida con su amplia sonrisa, a la cual respondí con una profunda ternura.

No recuerdo cuánto tiempo pasaría mientras nos ofrecíamos miradas y sonrisas, sólo sé que después de varios días y sus soles me encontré anhelando el momento en que esperaba el final de la tarde para encontrarme con aquel joven que me atraía sin razón alguna o aparente.

- “Siempre nos encontramos, ¿no?”. Dijo Eduardo.
- “Si, es verdad. Tú entrenas todos los días y… callé. Quise añadir “y yo me entreno todo los días para vivir”, pero preferí guardar silencio, no podía cubrir con el manto de la tristeza la sonrisa que él me brindaba sin pedir nada a cambio.
- “Me llamo Eduardo y tu eres…”
- “Carolina”.

Cruzamos un par de frases más, mientras yo esperaba un taxi para seguir mi camino, cuando al fin éste llegó me despedí y supongo que gracias a la audacia de la juventud y a la agilidad de su cuerpo, sin casi darme cuenta me dio un beso en la mejilla como despedida y con tono, casi autoritario, me dijo: “Carito, nos vemos la otra semana, adiós”. Al decirlo salió corriendo en dirección contraria a mi ruta.

De ese encuentro algo inesperado, me impactó su arrojo. De manera curiosa el timbre de su voz, no correspondía a la de un hombre tan joven, era como si su voz en ese momento hubiese sido prestada para hablar conmigo.

Las semanas siguientes transcurrieron sin novedad. Con la certeza de acercarnos un poco más profundizábamos sobre nuestra vida, sobre lo que hacíamos cotidianamente. No cuestioné, no pregunté, no indagué por este acontecimiento que envolvía mi vida en una atmósfera extraña: la de la rendición. ¿Rendición a qué?. No lo sé, ¿a una voz tan grave que parecía la de un hombre bañado y moldeado por muchas tormentas? O ¿a la imagen de un adolescente de amplia sonrisa?. Pero aún así sabía que estaba rendida, esta batalla no era para ganarla, era para lucharla.

Cinco, seis o diez meses después bajo circunstancias que para mí todavía son confusas, no recuerdo los hechos bajo los cuales se dio paso nuestro primer, único y último encuentro sexual. Hoy estoy segura que así como existe una pérdida de memoria temporal o permanente frente a algunos acontecimientos, especialmente impactantes, existió en mí una disposición, casi urgente, de borrar las palabras, las imágenes, las sensaciones elaboradas en ese día. No recuerdo si era de día o de noche, no recuerdo si lloré o reí, no recuerdo detalles.

Casi pasó un mes, eso creo. No lo había vuelto a ver, me sentía aliviada por ello, pero una tarde, en el sitio de siempre, en el sitio en que nos cruzábamos intencionalmente, se encontraba sentado sobre la acera, con las piernas recogidas y su cabeza cubierta por sus manos, casi en una actitud total de desolación. Me fui acercando poco a poco y pude ver que en una de sus manos tenía un sobre.

Carraspeé… Dije “hola”. Lo miré profundamente, con ternura, con afecto, con calidez, con dulzura; por un momento imaginé que cuando su mirada encontrara la mía, en sus ojos podría observar alguna desilusión provocada por mi melancolía.

¿Quién me había dado el derecho de opacar su luz?, ¿quién me había dado el derecho de entregarle parte de mi desgarramiento y dolor?, con estas preguntas en mente, atormentándome, él se percató de mi presencia y levantó su cabeza para mirarme directamente a los ojos. Podía casi sentir los reproches, pues en los últimos cinco años no había recibido otra cosa de mis ocasionales amantes; podía escuchar las frases repetidas y aprendidas en este lustro sobre mi incapacidad de sentir, sobre mi incapacidad de entregarme, sobre mi incapacidad de sonreír al entregarme a un cuerpo.

Los reproches no llegaron, las miradas de desilusión no se hicieron presentes. Me miró con un amor hondo, me ofreció su sonrisa amplia y me entregó el sobre mientras se levantaba sin dejar de mirarme.

- “Perdóname por no aparecer durante este tiempo, me pareció inapropiado ir hasta tu casa y se presentaron algunas dificultades en mi casa”. Dijo Eduardo mientras me daba un beso en la mejilla y pasaba su mano afectuosamente por mi espalda.
- “No es razón para preocuparse. Me alegra verte de todas formas”. Señalé con un timbre de voz que no pude reconocerme.
- “Sólo quería entregarte esto”. Expresó con su voz grave, con su tono casi autoritario, mientras acercaba a mis manos el sobre, añadiendo: “Léelo y si después quieres hablar, búscame. ¿De acuerdo?”
- “Si, te buscaré”. Contesté yo.

Con las frases todavía en mi boca, él echó a correr, como una sombra que va perdiendo nitidez así se marchó, tomé un taxi que se encontraba estacionado y guardé en mi bolso su sobre.

Al llegar a mi casa, me hundí en el cómodo sillón que se encontraba en mi estudio, un mueble que tenía ya su propia historia en mi vida. ¿Cuántas veces no me había sentado ahí para sostener diálogos conmigo misma sobre la vida, el amor, la nostalgia, la política, la solidaridad, el afecto?, ¿cuántas veces no había soñado que algún osado e intrépido intelectual se convertía en la quintaesencia de mi existencia?, y ahora me disponía a abrir ese sobre, ¿quizá una carta de amor como único recuerdo de lo vivido? e incluso por un momento me sentí reconfortada al imaginar que en ese sobre se encontraría el relato sobre nuestro encuentro.

No fue así. Empecé a leer, mis manos absolutamente blancas contrastaban con el tono beige del papel y la tinta verde en la que estaba escrita la carta más bella que recibiera jamás:

Caro, carito, carota…Encontrarte nunca fue casual, antes de decidir hablarte llevaba ya un buen tiempo observándote. Tu caminar cabizbajo como si tus ojos no pudiesen soportar la caída de la tarde, tu mirada siempre tan perdida y tus manos tejiendo hilos invisibles en el viento me advirtieron que eras una mujer singular, una mujer viviendo otro tiempo, una mujer triste y hermosa, porque la tristeza siempre te hizo más linda, e incluso desnuda tu belleza se acentúa tristemente. A pesar de que me hayas dicho por una sola vez con lágrimas en los ojos que el amor y la tristeza no son compatibles, tengo la seguridad que el amor que tu buscas desesperadamente algún día lo encontrarás, cuando llegue alguien que sepa tratar la porcelana de tu piel, cuando llegue alguien que sepa escuchar tu silencio, cuando llegue alguien que en medio de sollozos sienta la plenitud que se desprende de tu cuerpo y de tu alma. Yo tengo mucho que aprender aún, mis manos inexpertas se queman ante tu delicadeza, mi corazón impúber no halla el sendero para seguirte y mi cuerpo completamente hecho fuego terminaría por arruinar tu nostalgia, pero si algún día nos volvemos a cruzar, quizá esta vez en forma casual, no dejaría que tu melancolía se me escapara otra vez.

Seguro de sobrevivir mañana,
Tuyo,
Eduardo.

He releído esta carta durante los últimos diez años un sinnúmero de veces. Solamente ha existido una persona a la que no le dolió la tristeza que llevo en la piel. Terminé el café, levanté la mirada hacia la calle, la gente pasaba rápidamente. En algún lugar de esta agitada ciudad se hallará Eduardo y espero piense en mí.

Desempolvando Cuentos...

EN MEDIO DEL RUIDO, SOBREVIVIENDO


Con los santos no se juega/
date un baño/
tienes que hacerte una limpieza/
con rompe saraguey/
Héctor Lavoe


A Juaco, a Marce, a Sarita, a Vivi, a Mónica.
quienes quizá siempre pensaron
que era extremadamente compleja
para tomarme en serio.

Durante tres años fue siempre la misma rutina. Trabajaba en una ong, había llegado justamente ahí a los dos meses exactos de haber perdido a mi madre; fue el primer salvavida. A pesar de mi fama de huraña, consentida y caprichosa logré encajar rápido, así lo presentí cuando a los quince días a la hora de almuerzo me ofrecieron unas uvas con una sonrisa franca y abierta. Las uvas fueron el inicio de una profunda relación de solidaridad, compañerismo y afecto nunca jamás sentida. Hoy ya no me gustan las uvas, su sabor me trae recuerdos que me sumen en una profunda tristeza.

El inicio del ruido fue después de una reunión en la que se discutía la pertinencia o no de asumir la coordinación de una movilización por la paz en Cali, miraba perpleja, orgullosa y confiada en lo que estaba poniendo mis sueños por el momento, me sentía importante. Escribiría tiempo después en las solapas de un libro que me estaba sintiendo partícipe en la construcción de un país. Hace años no logro vivir esa sensación. La dejé enredada en las calles por donde lloré y caminé tratando de entender el país con una flor amarilla en busca del milagro.

- “¿Entonces qué pelada, vamos a tomarnos unas cervezas?” me preguntó Juaco. Miré el reloj, eran las cuatro y treinta de la tarde. Fue un acto reflejo, hacía mucho tiempo que ya nadie me esperaba, ni tenía a quien dejar esperando, salvo las tardes o las noches en que me quedaba con él, ni novio, ni amante, sólo él. Por eso a mi casa ni llegaba, o llegaba cuando todos estaban dormidos.

- “Pues si, vamos. Me alborotaron las ganas”. Contesté yo.

Ese fue el día en que conocí la canción de Lavoe con la que sobreviviría, quizá aún sobrevivo con ella. Emborráchame de Amor. Su entrada triunfal, las trompetas y la voz gangosa de Héctor: No me preguntes qué me pasa/ tal vez yo mismo no lo sé/ préstame unas horas de tu vida/ y si esta noche está perdida encontrémonos los dos/ no me preguntes ni mi nombre/ quiero olvidarme hasta quien soy/ piensa que tan solo soy un hombre/ y si lloro/ no te asombres/pues no es falta de valor.

Ahí empezó mi ruido, nunca más durante tres años se silenció, yo me silencié tiempo después. No quería llorar, pero la letra de la canción me hizo vomitar bruscamente mi tristeza, mi dolor, pero sólo pude apurar de un sorbo la mitad de la cerveza que todavía quedaba en mi botella. Dejándome llevar por los acordes del bolero en la voz de Lavoe tomé del brazo al viejo Juanfer para bailar.

Hace tiempo lo intuía, la música me hacía olvidar, le pedía prestada las horas en que ya no quería vivir, y, siempre fue generosa, me daba más de lo que yo pedía. La gente se pregunta ¿por qué tantos suicidas?. Mierda, sin tan sólo pudieran detenerse un poco y mirar a la gente a los ojos, descubrir su terror, su miedo, su nostalgia podrían suavizar un poco los días de aquellos que nos envuelve la melancolía, para muchos sin sentido. Ya hace un buen tiempo dejé de pedir perdón por mi tristeza, tampoco quiero justificarla, y en un perfecto y sentido deseo, no quisiera perpetuarla.

Mientras bailaba con Juanfer, el hombre más caleño que haya conocido, sentía que el bullicio interno se apoderaba de mí, encontraba por fin la cura. Hablábamos de todo un poco y al final creo que de nada. Ese día me enteré que hacía poco acababa de llegar de Bogotá, en donde había estado un buen tiempo trabajando. ¿Habría salido desesperado de la Cali que desespera? y ¿habría regresado esperanzado a Cali que lo esperaba para volver a salir?.

Terminó Emborráchame de Amor y como una jugada del destino empezó El Cantante. Canto a la vida de risas y penas/ de momentos malos y de cosas buenas/ vinieron a divertirse/ y pagaron en la puerta/ no hay tiempo para las tristezas/ vamos Cantante comienza. Yo, que era presa de la alegría aún muy presente de mi madre, esas frases me taladraron el alma. Nadie pregunta si río, o si lloro.

Volví a la mesa bailando… cantando a todo pulmón para no llorar:
Hoy te dedico mis mejores pregones/
Hoy te dedico mis mejores pregones/
Hoy te dedico mis mejores pregones/
Soy mejor que los de ayer, compárenme criticones/
Hoy te dedico mis mejores pregones/
Sino me quieren en vida cuando muera no me lloren/
Hoy te dedico mis mejores pregones/
Yo te canto de la vida, olvida tus penas y tus dolores/
Hoy te dedico mis mejores pregones/
Baila si quieres bailar, canta si quieres cantar mama/
Hoy te dedico mis mejores pregones/
Yo soy el cantante vamos a celebrar no quiero tristezas lo mio es cantar, cantar/
Hoy te dedico mis mejores pregones
El pregón de la montaña esas si que eran canciones/
Hoy te dedico mis mejores pregones.

Había una nueva ronda de cerveza, me senté, brindé con Juaco y con Juanfer, les entregaba parte de mi alma en ese choque de botellas, que era la materialización sonora de mi alma rota, hecha pedazos, que no lograba recomponerse.

Así empezaba cada viernes por casi durante un año. A las 4 de la tarde, buscaba una excusa, buscaba a alguien, con quien callar para que empezara el ruido, el ruido de la música, del licor, de la tristeza. Cóctel supremamente peligroso, pues la resaca empieza antes de haberlo consumido.

Conocí hombres y mujeres. De nadie me enamoré, sólo fueron ficciones, como una especie de hologramas de afectos pasaban por mi vida durante los dos años siguientes que ya no solamente eran los viernes, sino los miércoles y jueves; ya no solamente eran las cervezas, era el ron, él que quemaba cuando pasaba por la garganta recordando que no podía seguir gritando mi tristeza porque a nadie le importaba. Porque nadie la vio, nadie la quiso ver, ni siquiera con quien compartía mi cuerpo, aunque creo que compartía más, tan duro era ofrecerlo, pero más duro era recibirlo. Le ponía en su cama mi corazón hecho trizas, eso era lo que compartía.

El calor de esos años que transcurrieron entre Héctor Lavoe, Willie Colón, el Gran Combo, Ismael Rivera, Roberto Roena; cervezas y rones; desengaños y mentiras; placer y dolor terminaron por producirme un ruido ensordecedor en el cuerpo y en el alma; me quitaron algo que no logro aún recuperar, me dañaron la inocencia, la inocencia al escuchar. Sigo viendo de vez en cuando a los protagonistas de mis historias, de esos tres años que me propinaron diez años de más.

El ruido hoy se hace un poco quedo, tiene que ver con el frío que me ha dado esta ciudad, pero no me logro desprender de Cali, no me logro desprender de su música, de su gente, de su olor, de su sabor, me sigue como la estela que dejan las estrellas fugaces. Yo misma soy una estrella fugaz.

- “¿Sabés?. Nunca más volveremos a vivir lo que vivimos Juaco, lo único que sé es que extraño algo, ¿me entendés?”. Le diría a mi compañero de aventuras un día mientras nos comíamos una arepa con una carne asada en la 19, en el centro de Bogotá, lo más parecido a lo ajetreado de nuestros días pasados ya. Terminé diciendo “Aunque no me embarga hoy en día la brutal tristeza, para mi eso fue vivir con pasión, y la pasión es agonía; descubrí que sin ruido la vida no vale la pena”.

Cuando terminé la frase a lo lejos pude escuchar que en forma profética Héctor, testigo callado de mi vida, cantaba: Todo tiene su final/ nada dura para siempre/ tenemos que recordar/ que no existe eternidad.

- “Apurate vé, vamos a emborracharnos”. Dije.

3 de julio de 2007

Maternando



Aún no encuentran forma, quizá no encuentran el momento justo e indicado para hallarla, para dejarse escribir, para dejarse sentir... para dejarse maternar...

Pre-momento 1

Dejé el caparazón a mitad del camino,
para llegar con otra piel
a ti.

Pre-momento 2

Dos o tres cosas tuyas enriquecieron mi paisaje,
se quedaron,
aunque desde antes estuviese decidido,
alimentaron algunos días,
llenaron de luz pequeños rincones oscuros,
pero,
esa minúscula claridad no la pude soportar.

Pre-momento 3

Cuando cerró los ojos
su última mirada
se fijó en el gris opaco
de un día triste
que lloraba.

Pre-momento 4

No importan mis lágrimas,
corazón desprevenido.
No importan ya,
fueron vertidas, derramadas, secadas...

Porque el llanto no se puede ahogar.

Pre-momento 5

El amor surge en una poesía,
el amor nace en una metáfora,
tu eres la poesía,
yo soy la metáfora.

Pre-momento 6

Deseo
enviarte
en una poesía
la forma
de romper
la barrera
que existe
entre tu y yo,
entre tu indiferencia y mi locura,
tus canciones y mi poesía
tu amor, no mío,
mi amor, si tuyo.

2 de julio de 2007

Retornos?


A contraluz


De caminos y sombras

regreso,
vuelvo en medio de la lluvia,
la lluvia,
las gotas de lluvia
golpean mi rostro,
mis manos,
mis pies,
mi cuerpo se purifica,
mi alma respira...

Se alejan las noches,
Y el sol me da de nuevo su bienvenida.


La ternura de ahora


Me pregunto
¿qué puedo ofrecerte?.
En mis manos
sólo traigo el cansancio
de viejos amores,
en mis huellas
queda la sombra
de los recuerdos,
en mis caricias
historias por contar...
Me respondo

al encontrar tu mirada
reflejando una especie de inocencia,
de dulzura,

la misma dulzura
de una flor en pleno despertar.


Al Final

Encuéntrame al final
de tu camino,
búscame cuando llegues
al final del horizonte,
donde se une el cielo y la tierra.

Sorpréndeme con la luz del arco iris
que con sus colores
cubre mi desnudez.