4 de noviembre de 2010

Preguntas a un sabio poeta

"Tu recuerdo sigue aquí (...)
Sé que te tengo olvidar"
"¿Quién se va, quién se queda, quién le duele más la soledad?"
El Poeta, el amor y el olvido
Mi madre alguna vez dijo que los poetas tenían las respuestas a todas las preguntas que sobre el amor y el olvido se pueden formular. ¿Es cierto, Poeta? El Poeta cierra los ojos, suspira y, se queda en silencio.
Los ojos vivaces, inocentes, de una joven de cabello negro y piel blanca, no parpadean ni por un segundo. Ella, suspira y, se queda en silencio. Aunque es un silencio distinto al del poeta. El del Poeta es el silencio de la vida que ha sido transitada por ya numerosos caminos, curtidos por el olvido; el de la joven es el silencio de la esperanza, del corazón tierno y hambriento de amores.
Bella dama, dice el Poeta, no hay respuestas sobre el amor y el olvido, por lo menos no conocidas. El amor y el olvido simplemente suceden sin advertirlo, sin saberlo y, en ambos hay que confiar. El amor te recorrerá la piel y el alma. El olvido te recorrerá la piel y el alma. No existe el uno sin el otro, son fieles entre sí, leales entre sí.
El amor, un buen día, una buena noche, un buen amanecer, un buen atardecer, tocará a tu puerta, le dejarás pasar, tibiará tus manos, calentará tus pies, besará tu frente y tus ojos, alimentará tus labios y endulzará tu vida.
El olvido, un día lluvioso, una noche fría, un angustiante amanecer, un gris atardecer, abrirá tu puerta, ante tu asombro, enfriará tus manos, paralizará tus pies, endurecerá tu ceño y oscurecerá tu mirada, tu alma hambrienta llenará de otro sabor tu vida. El amor y el olvido son inciertos, pequeña mujer.
Ni al uno, ni al otro, se le puede huir. Esa es la única respuesta que existe.

6 de octubre de 2010

Suprise Ice

"When past sometimes take you with soft hands,
forcelessly pulls you to your chair"
El mar está tranquilo, extrañamente tranquilo, sólo la intensidad del sonido, el golpeteo rítmico de las olas sobre las piedras y la sensualidad de las caricias marinas sobre la frágil arena, advierten el momento que vivimos. La mirada se ha transformado, se ha suavizado, en relación a unos cuantos años atrás; la melancolía ha sido canjeada por una galleta con sabor a infancia.
Una sonrisa, como una sorpresa, nace. Reposa en mis manos esta sorpresa... sólo mía, sólo mía.

14 de junio de 2010

Suele suceder


Pasado

Nostalgia de las risas que cada vez se hacen más lejanas,
nostalgia de viajes y miradas a través de la ventana,
nostalgia de historias comunes y compartidas,
nostalgia de sentidos y silencios comprendidos,
nostalgia de la nostalgia coincidente.

De nuevo al ataque,
y cada día se hace más fuerte
la bestia que se desliza
por los peldaños
de una floja escalera.

No puedo respirar.
Y ya no me puedo esconder.
Ni quiero.

2 de abril de 2010

Fragmentos

- ¿Has dormido bien? Sentí ruidos en tu habitación anoche. Recordé que por estos días tus pesadillas se hacen más asiduas.
- He dormido. Ni bien, ni mal. Hay un momento en la vida en que sólo se cierran los ojos aún conscientes del riesgo que implica hacerlo. Estuve escribiendo hasta muy tarde. Perdona si te causé molestia alguna.
Vicente vivía en mi casa. Dentro de poco cumpliríamos tres años en una especie de convivencia incómoda pero necesaria, como los viejos y aburridos matrimonios, como las familias que arrastran a donde quiera que vayan un mal recuerdo. Había llegado maltrecho, apaleado, cubierto por un manto de terror que supuraba pus; sus ojos extraviados no permitieron encontrar en ellos el brillo de un ser humano, sólo dejaban entrever una fiera enjaulada, acorralada.
No supe con certeza qué me llevó a que sintiera por él un amor maternal, en apariencia inexistente en mí, pero una vez tocó a la puerta de mi casa no pude permanecer indiferente a su absoluto desamparo. Ya sabía yo lo que era llevar consigo una soledad asesina, aguda, temeraria.
- Estoy muerto Emilia, estoy muerto, vengo a que me entierres porque no tengo a nadie quien lo haga.
Sus palabras se agarraron a mi cuerpo como un cáncer. Vicente no tenía a dónde ir, no existía una familia. Estoy segura incluso que ni siquiera yo hacía parte de sus afectos más cercanos. Quizá meses atrás sólo habría leído la noticia en la que se anunciaba el premio que había recibido el que era mi marido en aquella época. En la foto del diario, sección de sociales, aparecía yo tan aislada, tan fingida, tan herida, mientras Juan tan anclado al mundo que yo no tenía recibía su premio a la mejor crónica periodística del año.
Premiado por su sensibilidad, premiado por la fidelidad con los hechos y su compromiso político. Nadie notó la tristeza en mis ojos, nadie notó que durante la recepción no estuve cerca a Juan ni por un momento como su esposa, como la mujer que lo había acompañado durante veinte años y quien era a todas luces su crítica más infalible, su correctora de estilo más fiel y su consejera gramatical, si es que existe algo así. Fui yo quien leyó, releyó, su crónica; quien sugirió su visita a los lugares donde los hechos podían palparse; quien corrigió sus frases cortantes y toscas con giros gramaticales suaves, humanos, humanos, humanos.
Ese día advertí que Juan estaba lejos de mi. Cuando llegamos a casa le di las buenas noches con una frase simple y segura. Juan me iré de la casa, no quiero vivir más contigo.
Juan no dijo nada. Era el momento indicado para romper nuestro matrimonio. Juan se había convertido en muy poco tiempo en una figura importante, viajaba dictando conferencias sobre la responsabilidad del periodismo en el país y la capacidad de reconstruir a través de sus crónicas la identidad de los que no tenían voz. Ni siquiera él notaría mi ausencia.
Una mañana lluviosa de sábado decidí que me iría a vivir en la casa que mis padres me habían heredado en las afueras de la ciudad. Nunca tuve miedo.
- Vicente pasa. Pasa.

7 de marzo de 2010

Un año atrás...

La puerta

A RG

Hubo que oír las voces detrás de las puertas,
hubo que sonreír lágrimas oscuras,
para que la vieja puerta cerrada
hiciera de la luz su amante.

El reflejo tímido aún atravesó el cuerpo tendido,
atravesó el vientre,
sacudiendo corazón y pulmones.

Hubo que escuchar el grito de una respiración nerviosa...
Y fue un dolor de cuerpo,
y fue un dolor de alma,
y fue una muerte lenta, triste, vacía y furiosa.
Una muerte lánguida del ayer.

Hubo, sencillamente, que escuchar los golpes en la puerta.
Abrirla y dejarle pasar.

3 de enero de 2010

El inicio del primero del año

Una húmeda y llorosa soledad



A mis padres



Como una pintura lavada en una pared

así fue tu soledad.

Como el trinar de un pájaro en la inmensidad del bosque,

como los fríos pies de una mujer bonita,

como la lluvia cayendo sobre la calle.



Desde el vientre de tu madre,

una soledad que colgaba de un trapecio sin trapecista,

una soledad pegada a la piel con el sudor del medio día,

una soledad arrullada por las nostalgias,

se pegó a tus ojos.