10 de enero de 2019

Bukowski o la pérdida del pudor




Por Adriana González Perdomo

Es un buen tiempo para volver a este lugar virtual. Un lugar especial que requiere ser conquistado. Y es un lugar para habitar con otras imágenes. 

Han pasado cinco años desde que publiqué por última vez. El último día del año 2013.  Lo recuerdo perfectamente. Un día soleado en Bogotá, almuerzo de fin de año en un restaurante del Barrio La Macarena y en la noche: un apartamento para mí, una copa de vino y la sonrisa dibujada al brindar por los movimientos de ese año. Y por supuesto una poesía: Un grito de Abril http://elmundodeariadna.blogspot.com/2013/12/un-grito-de-abril-grito.html

Ese 2013 había sido recibido viviendo en Cali y ahora era despedido en Bogotá. Mi vida se escribe permanentemente entre estas dos ciudades. A una y otra estoy atada, aunque odie las ataduras. Esto último quizá lo explique todo.

Hoy escribo nuevamente. Lo hago en Cali. Otra vez. Los últimos tres días han sido extrañamente días grises en esta ciudad donde el sol no da tregua. Días grises, no de aquellos donde la nostalgia está a flor de piel. No. A mí se me parecen a los días grises en los que lo único que se desea es escurrirse en la poesía de Vallejo, Pessoa, Bukowski, es decir, días grises en donde el ropaje es la poesía.

Pero a mí me seduce Bukowski. Lo siento cercano en una especie de amistad íntima que teje diálogos que solo son posibles en almas que sienten de otra manera. mamo cerveza/en la cocina/y pienso en/limpiarme las uñas/y afeitarme/mientras escucho la/cadena clásica en/la radio./ponen música de/vacaciones. 

Bukowski es irreverente, es crudo, es desgarrador, es real.  En él, encuentro la experiencia de la vida en cada respiración. Su poesía no es un diálogo místico, su poesía es su vida misma, sus amantes, sus resacas, su pobreza, su deseo por vivir a su manera, y, su escritura, la que no venía de un deseo por ser reconocido como escritor. Su escritura la necesitaba para sobrellevar cada minuto de la vida, sus relaciones fallidas, su empleo en la oficina de correos en Los Ángeles. Y a los 50 años terminó su primera novela El Cartero.

Bukowski recogió la esencia de las relaciones sexoafectivas en su narrativa: el sexo como la esencia del encuentro y del desencuentro. Así encaró lo que a las sociedades pacatas y moralistas les causa tanta incomodidad: me importas, cariño, te quiero/ la única razón por la que me tiré a L. es que tú te tiraste a Z. y entonces yo me tiré a R. y tú te tiraste a N./ y porque te tiraste a N. tuve que tirarme a/ Y. pero pienso en ti constantemente, te siento/aquí en mi panza como a un bebé, yo diría que es amor,

¿Underground? Tal vez. Y pienso que quizá lo que asusta es darse cuenta que la vida es tal como es sin tanto rodeo. La vida no es agradable, no es cómoda tampoco, pero es allí en donde su sabor se vuelve excitante para intentar gozarse cada gota de ella con generosidad. estas 2 mujeres que conozco/son buenas tanto/dentro como fuera de/la cama/ y son inteligentes/inteligentes de sobra para saber/que no pueden venir a verme/ y quedarse/ más de una/ o dos horas/ son bastante/parecidas/ y sé que/ si leen este poema/ lo entenderán/ tan/ bien como/ entienden a/ Rimbaud o a Rilke/ o a Keats

Deslizarse en su poesía es desnudarse, es encontrarse en ella a través de los deseos ocultos o los deseos consumados. ¿vamos a ir al cine o no?/ le preguntó ella./ vale, dijo él, vamos./ no voy a llevar bragas/ para que me hagas un dedo a/ oscuras, dijo ella. Por eso Bukowski es una invitación a despachar el pudor sin tiquete de regreso.  La poesía jamás es literal, la poesía está cargada de lenguaje metafórico, la poesía es capaz de desplazarnos a otros territorios de la vida, especialmente al territorio de la honestidad brutal. Por eso se vuelve desafiante, es una invitación a perder el pudor para hacernos libres.