3 de noviembre de 2008

Seres pavesianos

Triste come me


A un ser pavesiano


Camino hacia esa pared,

la última del patio de mi casa

exageradamente gris,

descascarada por los años,

surcada por la melancolía,

herida por el pasado.

Un muro de suplicios,

parece en la distancia

Hacia allá,

hacia ella,

camino,

cansada de caminar arrastro los pies,

y un nocturno rugir de entrañas

es mi respiración.

Extraña belleza,

rara fascinación

por una pared con historia,

silenciosa, contenida,

llorosa,

que me lleva a la horca

como condenada.

Avanzo.

No, atrás no puedo volver.

No desandaré los pasos,

aunque el aire se escape de mi,

aunque mis pulmones se resientan

aunque mi cuerpo desfallezca.

Estoy cerca.

El camino cada vez más pedregoso

lastima mis pies desnudos;

mis manos palpan ya la superficie de la pared,

ahora exageradamente menos gris,

descascarada por los años

surcada por el pasado,

herida por la melancolía.

Las grietas diversas en formas y tamaño

muestran mundos misteriosos,

cada una es una vida vivida.

Desde una profunda ranura

oigo a alguien gritar

a través de una voz encerrada en el tiempo:

“No sucumbir, aunque seas tan triste como yo”

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