22 de enero de 2008

Se cuela por los resquicios del alma

Silencio

Has entrado en mi,
me has penetrado,
me has poseído,
me habitas…
Me siento ligera,
no llevo cargas,
estoy desnuda y
puedo dividirme en dos.
Sentir el fuego
que consiente la tierra,
respirar el aire
después de la lluvia…

Soy como un pez danzando
ante San Francisco de Asís,
rebosante de felicidad...

Oh! Silencio…
Me has hecho tuya…

Historias Breves de Amor

No viniste nunca.
No llamaste después.
Era importante que vinieras alguna vez.
Esa llamada, la que no ocurrió, podría haber sido fundamental.
No fui, no pude, quizá nunca podré.
Entonces ¿para qué llamar?
¿Podría ir alguna vez?
Ayúdame a quitarme del alma esta sensación.
¿Me la explicas?
En las mañanas… es la de no encontrar la puerta para abrir tu casa;
en las tardes… es la de no saber llegar a ella;
en las noches… es la de no tener certeza sobre el lugar donde habitas, al que pueda llegar y abrir la puerta tal vez.
No quiero que llegue la noche,
No quiero que la noche llegue.
Nada puedo decir.
No eres culpable del puente roto que existe entre los dos.
Me voy.
Yo me quedo aquí… Te veré hasta que tu figura se pierda a medida que la distancia se hace más grande.

Afirmaciones

Ya no soy la orilla que espera,
soy la ola del mar que la golpea.

Ya no soy la luna de medianoche,
soy los ojos del insomne que la observa.

Ya no soy la poesía,
soy escritura sin fin, con ritmo propio y belleza singular.

Ya no soy el espejo,
soy el cristal limpio, diáfano y puro.

Ya no soy los pasos de quien camina,
soy el camino mismo.

14 de enero de 2008

A propósito de una noche de domingo: entre el insomnio y la nostalgia

Salomé. Gustav Klimt.
Y él dibujó una ventana en el aire por la que se asomaba tímidamente para verla sin que ella lo supiera, la veía cada día, le hablaba sin que ella lo escuchara, le acariciaba el cabello con la misma cadencia con la que el viento lo hacía. El observaba cómo ella prodigaba sonrisas a quien se encontrara, le asombraba su carita de felicidad y alegría cada día. Ella corría, iba y venía, la vida no le pasaba. Ella le pasaba a la vida... Un día ella descubrió la ventana y miró a través del vidrio. La ventana se encontraba sin seguro. Sin esfuerzo pudo abrirla y se encontró así frente a ese rostro nunca antes conocido, o quizá si, o tal vez no. Entre el asombro y la ternura no lograba saber en qué estación de su vida habría podido dibujarlo de memoria, a veces tan claro, a veces tan difuso. Entre la nostalgia y la vergüenza, él quiso cerrar la ventana en un solo movimiento. Ella lo detuvo y abrió la ventana de par en par. La ventana nunca más se cerró.

8 de enero de 2008

Historias Breves de Amor



Un buen día/un día bueno


Un buen día

al abrir los ojos

tu olor se había extinguido,

tu presencia/ausencia ya no era,

quizá nunca estuviste presente,

ni tampoco un simpático ausente llegaste a ser.


Un buen día

no recordé tu nombre,

olvidé tu calle,

se esfumó tu rastro,

ocurriría, ocurrió.


Hoy por casualidad te he encontrado,

te vi perdido en las sombras de mi memoria,

la duda era una verdad - pensé -.

Una sonrisa te ofrecí.


Al cerrar mis ojos en la noche

susurré a la oscura soledad:

fue un día bueno.


Qué es un olvido?

Un recuerdo que se esfuma un buen día para hacer de éste un día bueno.

Historias Breves de Amor

El amor es también un desencuentro...


Una mujer lee un libro,

de cuando en vez

se le escapa un suspiro,

de cuando en vez

se hincha su pecho

y derrama un lágrima.

Esa mujer espera al leer un libro.


Un hombre lee un libro,

de cuando en vez

se le dibuja una mueca,

de cuando en vez

se frunce su ceño

y dibuja con sus dedos un No.

Ese hombre busca al leer un libro.


Entre esperar y buscar

ese hombre y esa mujer

no se cruzarán jamás.

7 de enero de 2008

Amigas

- Si, creo que tiene el tipo Phill Collins. Señaló Chloé la amiga de Mónica.

Mónica la miraba. Pensaba que Chloé siempre tenía una forma particular de describir a las personas, así se colaban en sus conversaciones permanentemente frases como "Annie tiene el tipo Lady Di". "Pablo tiene el tipo Ché Guevara". "Recuerdas a Marcos el que tiene el tipo Trotsky? No te entiendo Monic, cómo puedes olvidar a un hombre como Marcos, no sé cómo haces". Parecía que Chloé era incapaz de relacionarse con alguien si de antemano no podía ubicarla en una infinita lista de tipos, que iban desde antiguos personajes históricos, pasando por literatos y políticos, hasta personajes de lo que ella llamaba el mundo de cristal o el mundo de la farándula. Ninguna persona escapaba a sus clasificaciones, particularmente los hombres, sus amantes, sus amigos, sus compañeros de trabajo encontraban en el inmenso album de tipos, como los definía Chloé, un lugar. Incluso había tipos con mayor demanda que otros.

- Chloé ¿qué importancia tiene que sea del tipo Phill Collins?.
- Monic, es importante, creéme. Su rostro es claro, despejado y su cuerpo parece tan liviano que no tendrás que sobrellevar el peso de su existencia, yo sé de estas cosas, tengo intuiciones.
- Creo que exageras Chloé. No puedes hacer tales conjeturas tan sólo porque desde hace una semana, me lo encuentro todos los días a primera hora en el kiosko del periódico y me saluda amablemente. Hoy en día las personas somos amables con el fin de sobrevivir, no hay nada de especial en un cálido saludo, es parte de la contribución diaria a la existencia, es parte de la cuota para sentirnos menos egoístas, menos mezquinos, menos solitarios.
- Así no lograrás nunca – afirmó en forma inquisitiva Chloé – atravesar la línea sutil de lo humano. Siempre tienes una forma de esquivar cualquier gesto acogedor que la gente tiene hacia ti. Huyes, te guardas, te confinas a ti misma.
- Basta, no empieces, ya tengo memorizado tu sermón. Soy como soy Chloé. ¿Es tan difícil reivindicarlo? ¿Es tan incomprensible?. Termina pronto tu café y vámonos. Prefiero, como decía Borges, ser nadie para ser todos los hombres.


Mónica había conocido a Chloé veinte años atrás cuando cursaban ambas sus estudios de secundaria. Su belleza con los años se había acentuado, de aquella niña tímida no quedaba rastro alguno. Chloé se había convertido en una mujer llamativa, demasiado llamativa, a juicio de Mónica. Desde sus 1.80 centímetros de altura se desgajaba cual cascada su larga cabellera negra, contrastando con su piel blanca aterciopelada, sus ojos negros y grandes dibujaban con su mirada una especie de abandono, del que no era del todo consciente su poseedora. Su nariz recta, casi perfecta, armonizaba con sus labios gruesos y definidos, cuyo color natural daban brillo final al cuadro de su rostro. Sus formas eran provocativas, al caminar sus piernas se mostraban firmes y seguras, sus amplias caderas tenían un movimiento dulce, una música cristalina se desprendían de ellas.

Mónica también era bella, pero su belleza era una belleza triste, su belleza se pintaba en su rostro con acuarelas de color pastel. Era mucho más baja que Chloé, caminaba más lento y sus movimientos jamás se advertían como precipitados. Mónica daba la impresión de meditar cada paso con extrema delicadeza, sus manos siempre estaban en los grandes bolsillos de sus abrigos, caminaba con encanto y sus ojos color café parecían siempre extraviados, miraba más allá del punto fijo que miran el resto de los mortales. Su rostro era redondo, tenía unas pequeñas pecas en sus mejillas que le impedían desprenderse de cierto aire infantil, sus labios estaban muy bien delineados y al reír una sensación de calidez rodeaba el ambiente. Se enamoraban de su sonrisa, sólo que sonreía poco, o quizá sonreía lo necesario, o tal vez un poco menos de lo necesario.

Mónica y Chloé se reunían frecuentemente después de las cuatro de la tarde para hablar antes de que el día muriera, era casi un ritual, elogiaban sus respectivos abrigos, botas, bufandas o guantes; se escudriñaban espiritualmente. Mónica salía de la agencia de publicidad en la que trabajaba y se dirigía caminando a un pequeño café, donde su amiga ya la esperaba con un cigarrillo y una revista de farándula. Cuando Mónica llegaba a la mesa, Chloé siempre levantaba su mirada y señalaba la revista afirmando: “Investigo algunos tipos Monic”.

1 de enero de 2008

Un recuerdo


La lluvia acariciaba la noche, le hacía el amor a los tejados, a las ventanas, a las plantas, a los pocos traseúntes que osados caminaban por las calles empinadas del barrio en el que Mónica vivía desde hacía siete años, los mismos siete años en los que se había preguntado cada enero el por qué del abandono sin explicación, el abandono al que la había sometido aquel viajero de los mares del sur. No dolía la herida ya, había continuado su vida sin el menor asomo de tristeza, las huellas en su rostro dejadas por las lágrimas se habían borrado aquel primer mes del año 2000 en el mismo momento en que cruzó la puerta de salida del aeropuerto.

La lluvia, la fecha y su espíritu melancólico la llevaron nuevamente a aquel momento. El caminaba lentamente hacia su sala de embarque, el pasillo se hizo entonces más largo, el bullicio de la gente que iba y venía se hizo silencio y el corazón se hizo un nudo. El se iba, él se fue. Mónica no podía seguirlo, el aguijón de la duda se había clavado en su alma días atrás, tenía la certeza que nunca lo volvería a ver, el amor cultivado durante un año atrás había muerto en una parodia de mala cosecha. Un mes después sólo una carta, simple y categórica, le afirmaría lo que ya sabía. "No me busques, no volveré por ti. J.P." No tenía otro camino: el camino del recuerdo.

Un día nuevo


No había dormido bien. En los últimos tres meses Vicente no lograba conciliar plenamente el sueño, la necesidad de recordar, el frío intenso que atravesaba sus huesos y la inclemente soledad, eran sus mayores impedimentos; ni la leche tibia que tanto le recomendaba Mónica, en la que se convertía la última llamada de la noche, lograba tener un efecto positivo sobre su estado. Ese día fue diferente, pese a que la noche había sido un fantasma tenebroso, algo había renacido en él al despuntar el alba. Era un día nuevo y tenía plena conciencia de ello. Arrojó las cobijas de su cuerpo, sus pies fueron sensibles al contacto con el suelo, tomó fuerza, avanzó cuatro pasos y abrió las cortinas de la ventana para que la luz pudiera entrar. Si, se dijo, es un día nuevo.