3 de mayo de 2007

Ellas y Ellos


El post puesto ayer por Joni Charles Machete titulado Atracción me hizo recordar algo que había escrito hace mucho tiempo y en cuya ocasión compartí solamente con dos amigos...


Nunca se me había ocurrido intentar escribir acerca del significado y la construcción de un ser mujer definido a partir de mi experiencia con ese Otro, siempre insondable, indescifrable y misterioso: ese Otro – Hombre. Sin embargo, estas reflexiones empezaron cuando descubrí lo difícil que era comunicarse con los hombres. ¿Por qué?. Las respuestas –incluso creo que no son respuestas, sino más bien preguntas que se quedan en el aire– varían de acuerdo a las circunstancias y a las personas, pero de todas maneras apuntan a evidenciar el desconocimiento tan profundo al que hemos llegado hombres y mujeres sobre cómo relacionarnos sin convertirnos en amenazas, cómo compartir espacios y posiciones sin temor a desplazarnos, cómo ser dos y continuar siendo dos sin afectar nuestras propias individualidades, nuestros mundos propios y, algo fundamental, sin afectar modos de ser y maneras de concebir la vida, aún a pesar de amarnos.

La construcción de las identidades sexuales, a partir de las relaciones con los Otros, adolece de serios problemas, los cuales tanto hombres como mujeres sólo abordamos muy superficialmente cuando nos vemos inmersos en ellos, cuyo origen reside en los modelos culturales establecidos acerca de los roles masculinos y femeninos. Mis percepciones al respecto, aun difusas, han sido elaboradas en esa interacción constante y compleja, rica en aciertos y en frustraciones: el excitante, pero difícil, camino de ser mujer.

En ese camino difícil, que se debate entre el amor-pasión y el amor-sufrimiento, existen grandes incertidumbres e incógnitas. Una de ellas –y las mujeres nos quejamos todo el tiempo por ello–, es saber finalmente lo que un hombre desea de una mujer. Particularmente, creo que los hombres no son claros jamás. Quizá es algo innato en ellos un poco de ambigüedad motivada, como me decía hace un par de meses un amigo, por el hecho de que las mujeres desean compromisos. No he podido comprender qué entienden los hombres por aquello de los compromisos que deseamos. Ese mismo amigo, del que he aprendido un poquito de la naturaleza masculina, en una de sus confesiones rutinarias –para mí fuentes valiosísimas– al explicarme las causas de su ruptura sentimental con “una mujer diferente” aducía que simplemente lo había hecho porque él no le ofrecía “garantía alguna”. Hasta hoy no entiendo qué quiso decir. Para mí, la psicología masculina es una realidad que hace parte de mi vida totalmente indescifrable. Hace parte de mis angustias.

En ese sentido, los supuestos en los que se basan las relaciones entre hombres y mujeres no permiten optar por la serenidad, la transparencia, la confianza, el diálogo, la palabra, el erotismo. En mi opinión, los hombres se equivocan al creer que las mujeres exigimos sutilmente declaraciones hechas bajo juramento y con autenticación ante notario público para construir posibilidades de encuentros y desencuentros. Las mujeres, no necesitamos, deseamos compañeros capaces de concebir a una mujer amiga y amante sin que ello signifique una amenaza y un peligro para ellos.
Pero no es fácil, cada vez hombres y mujeres nos reducimos a espacios muy limitados en nuestras relaciones; no hay posibilidades de conjunción y nos obligamos a adivinar inútilmente cuáles son las percepciones e impresiones que el Uno construye respecto al Otro, en aras de allanar el recorrido del amor a la amistad, o de la amistad al amor. Aunque a veces varían los puntos de llegada o los puntos de partida, es parte de la construcción ¿no?.

El miedo a la mujer no ha sido superado, aunque muchos hombres afirmen lo contrario, éste alimenta su mundo simbólico. El miedo a establecer relaciones que impliquen una construcción, el miedo a tener un poco de responsabilidad frente al amor que suscitan, el miedo de ser abordados por una mujer que exige y demanda, aumenta las probabilidades de negar a la mujer, a contemplarla, a escucharla, a dejarse asombrar.

El ideal de la mujer virginal continúa haciendo parte de los ideales de los hombres pero a la vez desean que esta mujer pura y casta sea intensa sexualmente, sin que ello signifique indudablemente “una ventaja” respecto al hombre. En la definición de ser mujer, nos debatimos las mujeres entre el ideal de pureza y el deseo; entre el cómo desear sin sentirnos culpables y el cómo exigir sin que se nos etiquete de insaciables.

No es fácil descubrir cuáles pueden ser los caminos que a hombres y mujeres nos acerquen en el re–conocimiento mutuo, en el re–conocimiento de una sexualidad libre y compartida, en el re–conocimiento de nuestras posibilidades, nuestros temores, nuestros deseos, nuestras inseguridades y nuestras respuestas. Es indispensable que tanto hombres y mujeres seamos más espontáneos a la hora de edificar proyectos conjuntos, que reconozcamos la necesidad de más lenguaje, menos genitalidad; más erotismo, mayores metáforas para vivirnos.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Saludos, Ariadna. He llegado a través de Inside the Electric Circus, y me ha gustado mucho llegar: me gustan tus letras. Cordialmente te invito a degustar algunas de las mías:

http://mornatur.wordpress.com

Anónimo dijo...

Me he tomado la libertad de vincularte

Anónimo dijo...

Pues muchisimas gracias por el reconocimiento, que siento inmerecido...Ya te recompensaré la deferencia, jejeje.

Adriana dijo...

Gracias por el vínculo Mornatur.

Joni Charles... don't worry baby

Unknown dijo...

me causa mucha gracia, es un tema eterno que hay entre las parejas, entre miembros de los dos sexos.
un tema que he discutido infinidades de veces con mi amada Idril, que es una digna representante de su sexo.

Creo que es una diferencia de lados de cerebros, algunas más emotivas los otros más racionales.
En lo particular los hombres son más simples y básicos, no hay que entender tanto, el lado derecho no le deja crear complicaciones (con algunas excepciones) la dificultad está ne cuando ama y no deja fluir, por miedo, ese sentimiento.